Mariana Ibarra, becaria doctoral del CONICET en la Universidad Nacional de Salta (UNSA-CONICET), realizó una investigación sobre el fútbol femenino en su provincia, tomando como objeto la Liga Salteña, que funciona desde 2014.
“Si se le pregunta a una jugadora adulta si pensó alguna vez en el fútbol como una opción de trabajo, seguramente responderá que no, que lo piensa como un hobby. Para las nuevas generaciones y aunque las condiciones aún no estén dadas en nuestro país, aunque más no sea desde el plano del deseo, aparece como una posibilidad. Esto sucede porque ya existen ligas profesionales en otros lugares del mundo y un incipiente mercado de pases, pero también porque en el presente vivimos en un contexto de conquista y reivindicación de derechos de parte de las mujeres y entonces también en el ámbito del deporte se hacen posibles nuevas oportunidades”, explica Ibarra, en una nota publicada en el portal del Conicet.
Los equipos de fútbol femenino tienen caminos transitados y puntos de vista disímiles a los equipos masculinos porque sus orígenes son distintos. Según indica la científica, las jugadoras no reciben salarios y mayoritariamente no hay equipos de niñas en las instituciones deportivas. “En este contexto desigual, un niño que juegue en un club desde los cuatro años, a los doce va a tener una práctica deportiva y un entrenamiento mayor al de una niña que se acerque a ese mismo club, mucho más tarde”, asegura.
Así, este ingreso tardío por parte de las deportistas es determinante para caracterizar el vínculo que generan con la institución. La identidad no se construye en función a un club sino entre compañeras.
El torneo de fútbol femenino en la que la científica analiza y estudia la construcción de los procesos identitarios se viene realizando de forma ininterrumpida en la Liga Salteña desde el 2014 y si bien hubo una decisión política e institucional para la incorporación de equipos femeninos, la iniciativa y el trabajo de articulación surgió de abajo hacia arriba: primero se conformaron los equipos de mujeres y luego se sumaron a los clubes.
“Muchos de los equipos de mujeres jugaban en torneos autogestionados antes de participar de las ligas y formar parte de un club. Si por ejemplo, un equipo se pelea con la dirigencia, no tiene problemas en cambiarse entero a otro club. Lo que prevalece es la identidad de equipo. Por eso el compromiso entre compañeras es mayor que el que se forja con las instituciones”, asegura.
Los medios de comunicación también cumplen un rol trascendente a la hora de visibilizar problemáticas en torno a este deporte y comenzar a resolverlos. Sin embargo para la científica se sigue representando desde ahí a la mujer como un objeto o apelando a referencias masculinas donde no se destacan a las cualidades deportivas por sobre otras características de las mujeres como puede ser la belleza. Tampoco se les da espacio en la agenda televisiva al fútbol femenino, señala la investigadora, aunque existe en nuestro país público dispuesto a mirarlo. Un evento de relevancia, como fue la Copa América Femenina 2018, no fue televisada pero si se transmitía a través de las redes sociales: por momentos 10 mil usuarios y usuarias se encontraban observando.
“Somos parte de este sistema patriarcal que nos atraviesa desde que nacemos y el fútbol es una práctica que desde lo cultural está catalogada como ilegítima para las mujeres. El de las audiencias, es un dato alentador que permite pensar en un cambio posible en el marco de la lucha por la conquista de derechos de las mujeres. Las madres y los padres no sueñan aún con que sus hijas ganen un Mundial. Es por eso que dedicarse al fútbol femenino implica romper con mandatos y roles que en algún momento fueron catalogados como inamovibles”, concluye.
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