La victoria ante Panamá fue mucho más que un buen resultado deportivo. El jueves 8 de noviembre, en Sarandí, se jugó mucho más que a la pelota.

Por Ileana Manucci
Fotos: Gustavo Rodríguez 

La Selección Argentina de fútbol femenino vivió su tardecita-noche soñada en la cancha de Arsenal. Con una actuación contundente, le metió 4 a Panamá y se puso a tiro de la clasificación para el Mundial de Francia 2019.

Pero el partido duró mucho más que 90 minutos y el protagonismo de la jornada fue más allá del 11 inicial que entró al campo de juego, y de las 12 que palpitaban en el banco de suplentes.

Para muches de quienes estaban en el estadio, era la primera vez que veían en vivo un partido de fútbol de mujeres. Y el ambiente que se respiraba era muy distinto al de cualquier partido con protagonistas varones. La seguridad no era tan extrema, las familias -con bebés y abuelas incluidas- caminaban tranquilas, algunas hinchas panameñas intercambian charlas con otras argentinas en la platea en un clima de fiesta, más allá de cualquier resultado.

Otro fútbol posible

Mientras las plateas se llenaban de las familias de las jugadoras, que colgaban banderas con los nombres de sus hijas, hermanas, sobrinas, amigas, novias, las pibas salieron a hacer la entrada en calor. Fue el primer estallido de la tarde. Estallido bien femenino, porque hasta eso era diferente: el timbre de los gritos, era femenino.

La alegría de las 23 futbolistas era indisimulable. Miraban las plateas, buscaban a su gente entre la gente, alentaban a las tribunas cuando las tribunas las alentaban a ellas. Una muestra de gratitud mutua.

El momento del himno siempre suele ser especial en las canchas de fútbol y en esta no fue la excepción, todo lo contrario. Las 11 se formaron y abrazaron, con las caras serias de concentración…que no pudieron sostener. A los primeros acordes, las tribunas comenzaron a corear, esa forma tan argenta de cantar un himno sin letra, y a Aldana Cometti, Florencia Bonsegundo, Agustina Barroso, Belén Potassa, se les dibujaron sonrisas imposibles de disimular. Si hubieran podido, seguro se sumaban a los cánticos y metían pogo. Estaban felices.

Todo fue diferente y único. Esa furia desatada de plateistas, barras e hinchas que suele verse en cualquier partido, donde los «puto», «cornudo», «les vamos a romper el orto», se multiplican hasta el hartazgo, fue totalmente ajena en este partido. Si hasta el himno panameño fue aplaudido por todo el estadio.

Hubo de todo: desde una bandera verde proclamando «todo deporte es político» hasta los cánticos contra Macri, pasando por el cancionero feminista que había difundido la Coordinadora Sin Fronteras de Fútbol Feminista y los pañuelos de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito que, aunque en los ingresos la policía impedía entrar, coparon el estadio Julio Humberto Grondona, tanto en las tribunas como en el campo de juego, donde Luana Muñoz, Vanina Correa y Yael Oviedo los incorporaron a la hora de los festejos. Talento, corazón y compromiso social.

El partido de todas

Quienes en nuestra infancia jugamos al fútbol, siempre pensamos que un hecho como el que se vivió el jueves 8 en Sarandí era posible sólo en sueños, o quizás en otros países, muy muy lejanos.

Cuando era gurisita y pateaba sola una pelota para que una pared me devuelva la pared, enfundada en mi camiseta de River, gritaba y festejaba goles a la nada, soñando con las tribunas gritando mi nombre y ser la ídola de alguien, como era Francescoli un ídolo para mi. Tengo el recuerdo muy vivo de que, teniendo unos 11 años, pensé: «pero eso es imposible, no pasa en el fútbol femenino». Lo que sentí yo el jueves viendo a la Selección, estoy segura que lo sintieron miles de mujeres, de todas las edades, en todo el país, desde Las Pioneras del Fútbol Argentino hasta las pibitas de la Villa 31 que llevó La Nuestra Fútbol Femenino a la cancha: está pasando, el fútbol jugado por mujeres, después de tanta lucha y sacrificio, y a fuerza de reclamos y talento, está llegando a donde siempre tuvo que estar.

Las próximas generaciones, está claro, patearan en el barrio y las canchitas con la 10 de Banini, la 11 de Bonsegundo o la 17 de Larroquette.

El fútbol es un deporte hermoso, que las mujeres todavía vivimos desde la pura pasión, sin todo el circo comercial y mediático que rodea al masculino. Estas jugadoras y las que vendrán, se merecen poder vivir de lo que les gusta y de lo que hacen tan bien, el desafío será no perder esa esencia amateur, de jugar por amor a la camiseta y al juego.

Quienes vivimos el partido Argentina – Panamá del jueves 8 de noviembre, tenemos la certeza de que fuimos partícipes de un hecho histórico, uno más para el calendario de momentos que el movimiento de mujeres vivió durante este 2018. Porque si a alguien le cabe alguna duda, luchar por visibilidad, por respeto y por un lugar en un espacio tradicionalmente negado a las mujeres como es el fútbol, es feminista de acá a la China.

En la previa del partido, las jugadoras repetían una y otra vez «no somos 11 ni 23, somos muchas más». Y tenían razón. Los goles contra Panamá y los que vendrán, acercan el sueño del Mundial y los sueños de todas de que nos dejen jugar. Gambeta al patriarcado y a cobrar.

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