Los picaditos de las chicas, en la arena

Foto: Martas Fútbol Feminista
   

El verano santafesino nunca había tenido eventos feministas de fútbol. Este año hubo tres.

Por Luciana Ghiberto

Caía el sol y en la costa de la laguna sonaba cumbia y llegaban grupos de chicas, con camisetas, conservadoras y ganas de jugar. Se saludan entre ellas, varias compartieron picaditos anteriores y conocen la dinámica de anotarse para jugar en un fixture amigable que propone el juego, sin trofeos, solo por el placer de jugar.

Empezaba el tercer “Picadito y Picadita” organizado por las Martas Fútbol Feminista, en un lugar distinto a las veces anteriores. Niñas y mujeres jugando a la pelota, esta vez entre los arquitos de Playa Grande que suelen ser propiedad de aquellos con quienes se asocia este deporte: los varones.

El conejo de la galera feminista

Hoy existe un grupo de whatsapp de 150 chicas que juegan al fútbol. Se llama “Solo Reemplazos F5” y fue una iniciativa de las Martas bajo la bandera de que “nunca se caiga ningún fútbol de pibas”. Todas son administradoras, todas pueden agregar a quienes quieran jugar, cualquiera de ellas puede anotarse al fútbol 5 al que le falte una. O cuatro. La idea de que todo ese grupo debía juntarse alguna vez forma parte de la genealogía de los picaditos.  “Ahí dijimos, ¿por qué no en vez de una fiesta hacemos un partido, o muchos partidos? ¡Un picadito!”, reconstruyó Emilia Wingeyer (30), una de las Martas más antiguas que tiene el grupo. Y como el “picadito” es en masculino, hicieron el juego con el género invisibilizado y agregaron “picadita”; también como equivalente del tercer tiempo que ha sido clave para su formación como colectivo. Después del juego las encuentra la charla sobre la táctica, algunas recomendaciones técnicas de las más experimentadas, la cerveza y el compartirse con otras que se encuentran diferentes, pero en muchas veces en las mismas situaciones de opresión.

Hubo un cambio radical en las Martas respecto de ese espacio: el tercer tiempo tomó otra forma cuando fijaron fecha de reunión, empezaron las horas de rosca feminista y las actividades como colectivo. La convicción de ocupar el espacio público que se les ha sido negado para jugar con otras chicas, nació ahí. La idea de hacerse ellas mismas de un lugar libre de los prejuicios típicos que muchas soportaron al jugar en la canchita del barrio, nació ahí. En esa cancha que marcarían ellas, no habría ninguna señalada o juzgada; ahí sólo las uniría la alegría y el placer de jugar.

“Los picaditos son una herramienta de visibilización del fútbol femenino amateur. La idea es mostrar que hay muchísimas mujeres que juegan a la pelota, aunque no profesionalmente. Y que eso funcione además como un puntapié para que las pibas que fueron a uno después repliquen en sus barrios, ocupando los espacios públicos”, afirma Emilia Wingeyer.

Experimento violeta

El primer “Picadito y picadita” tuvo lugar en el Parque Federal, había mucha ansiedad y expectativa en el infierno de una tarde de verano santafesino. En el momento en el que comenzaron a llegar chicas fue una fiesta, porque habían trazado una cancha, había música y se reconocieron como compañeras en ese espacio que acababan de inventar.

El segundo picadito fue en la playa, y de noche, dos lugares donde las mujeres suelen ser objeto de miradas que las desnudan y las controlan. Pero este no fue el caso. El Espigón 2 se llenó de chicas ansiosas por jugar. Se armaron 26 equipos de distintos barrios: “Las leonas” de Santa Rosa, “Las rústicas” de Los Hornos, “Las canarios” de Los Troncos y “Las Demonias” de Yapeyú, solo por mencionar algunos. Además de las jugadoras, los escalones de la playa estaban repletos de gente que miraba los partidos.

“Había un ideal de la actividad para todas, y la realidad lo superó, el segundo picadito superó todas nuestras expectativas. Que haya tantas chicas, que algunas se hayan tomado dos colectivos para llegar y que muchas se queden hasta las dos de la mañana jugando era algo que no esperábamos”, cuenta Sol Zanuttini (34 años), otra de Las Martas presente en los tres picaditos, “y ellas decidieron quedarse hasta esa hora, eso es efectivamente ganar el espacio público.”

“La sensación de empoderamiento que nos dio ver toda esa gente ahí fue inexplicable. Porque además el fútbol tiene la cualidad de que como deporte popular cruza todas las clases sociales, en ese picadito se dio mucha interacción entre las pibas que viven en los barrios y las que viven en el centro, con la mejor onda”, narra Emilia todavía emocionada. “A chicas de distintos barrios de la ciudad, de distintas realidades, distintas edades, nos atravesó el fútbol y el hecho de ser mujeres, ahí, en la playa, juntas, con música y cerveza y fue hermoso”, remató Zanuttini.

Y se queda el tercero

El tercer “Picadito y Picadita” fue otra vez en la Costanera, pero esta vez en Playa Grande. Había un equipo que se presentó como “San Francisco” y que reunía a chicas de los barrios Barranquitas, Villa Hipódromo, Ciudadela, Nuevo Horizonte y Villa del Parque. La “Escuelita” funciona en la iglesia de San Francisco Solano, pero como la canchita no está en condiciones tienen que irse hasta el Parque Garay, donde entrenan todos los días, sobre la arena. Una de ellas (Rocío Baroni, 28 años) quedó a cargo del entrenamiento cuando el DT varón dejó de ir; sigue siendo la capitana y jugando todos los partidos. Son 24 chicas, pero cuando empiezan las clases Rocío duplica el esfuerzo: “Hago un turno a la mañana y otro a la tarde, así las chicas no dejan de entrenar ni de ir a la escuela” sostiene convencida. Es un trabajo de todo el día por el que no cobra ni un centavo.

Las chicas tienen de 10 a 28 años. Cuando se les pregunta ¿qué sienten cuando juegan al fútbol?, una de ellas, de 18 años responde: “¡Amor!” “Pasión”, grita otra más chiquita. “Ganas de ganar”, dice una tercera. “A mí se pone la piel de pollo cuando camino al arco”, cuenta otra.

Entre otras, asistieron también “Las ocultas”, un equipo que existe desde hace 4 años y que nació en Villa Oculta pero hoy contiene a chicas de Villa del Parque y Barranquitas. Entrenan tres veces por semana en el parque Garay y los sábados participan en una liga de fútbol 5 que se llama “LH femenino”: se toman cuatro colectivos los sábados para ir y volver de Santo Tomé a jugar. En este grupo, aparece un varón que juega en la reserva y que es el que las entrena. Pero que igual, durante la entrevista, solo escucha a las chicas narrar sus experiencias.

“Buscamos partidos por todos lados. De esto nos enteramos porque estamos agregadas al grupo de Sólo Reemplazos F5 y siempre que podemos pagarles los colectivos a las chicas, vamos a jugar” sostiene una de Las Ocultas. Las redes entre mujeres parecen solidificarse con cada relato; no es casualidad que se estén acercando y que estén creando nuevos y hermosos lugares de encuentro. “Y ¿qué les gusta del picadito?” “Jugar. En sí, a nosotras nos gusta jugar” responde una y todas se ríen. “Donde nos inviten para jugar, nosotras nos organizamos y vamos”. Una Oculta que todavía no había intervenido, cuenta: “Nosotras tenemos la suerte de que nuestros maridos nos apoyan. Les costó, pero nosotras queríamos jugar igual, así que tuvieron que aceptarlo y cuidar a los chicos.” Y Soledad Pascucci (34 años, capitana) continúa: “Nosotras sin el fútbol no somos nada, y ellos lo saben. Si no tenemos un fútbol por semana, yo me muero. Él sabe que no me puede sacar eso”. Varias de Las Ocultas son mamás y el fútbol les significa un respiro. Cuentan que los picaditos les gustan porque cortan con la rutina y hay buena onda, es importante para ellas jugar en un lugar sin broncas ni violencia.

La felicidad que les da jugar al fútbol a las chicas, aun en condiciones adversas, está en cada uno de los relatos. Pareciera que estar poniéndole el cuerpo a un deporte que estuvo siempre en el reino de los varones las vuelve conscientes de su potencia. Está ahí, como dijo Emilia, “la gran emoción de sentir que esto recién está empezando”. Está ahí, latiendo siempre, el placer que da reunirse entre mujeres y rebelarse, jugando.

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